CAPITULO
1
Siglo
XIII.
A
las afueras de Burgos.
La
noche era tan intensa, que las estrellas me guiaban a casa.
– Évalo.
Otra
noche sin conseguir apenas nada, ni siquiera una simple liebre o conejo para
cenar esta noche. Después de que las disputas en las cortes de Burgos hicieron
que la mayoría de nosotros, los campesinos, nos muriésemos de hambre, cada
noche partía para cazar con mi lanza algún animal; pero solo llevaba el saco
repleto de agua fresca de un manantial cerca de una pequeña catedral, al norte
de Burgos. Cabalgaba rápidamente por las tierras exteriores de Burgos, ya que
los ladrones aprovechaban el brillo de las estrellas del cielo para atracar a
los comerciantes ambulantes. Aún recuerdo cómo ese pobre hombre era apedreado y
robado ante mí, y yo, como cobarde, escapé, ¿pero que
hubiera hecho con una simple lanza de madera?, ¿rasgarles las túnicas?,
mejor era escapar antes de que mi madre perdiese al último varón de la familia.
Yo, Évalo.
Mi
madre trabajaba como costurera en la corte, y como era lógico, tenía cierto
criterio y privilegio en Burgos. No vivíamos mal, pero tampoco a la perfección.
Antes de las disputas en las cortes, mi madre traía algo de oro a casa, incluso
algún vestido que a las señoras de la Corte no les gustaba al final, pero ahora
todo eso se ha perdido. Hace dos semanas exactamente de la noche de hoy,
Carmen, una de las hijas de los señores de la Corte había desaparecido a manos
de unos hombres de Andalucía; a raíz de ese problema, la corte de Burgos
comenzaron a tener problemas, y todo su pueblo igual, por suerte, las estrellas
del cielo me guiaban hacia mi hogar, donde mi familia, parte de ella, me
esperaban.
-
¡Ey, Évalo está llegando, Évalo está llegando! – escuché a Tomás, mi hermano
pequeño de diez años –
-
¡Tomás! – exclamo - ¿Aún despierto a estas horas? –
-
Si – asintió – Es que ha llegado visita a casa, madre está con él –
¿Un
hombre en casa?, me extrañó completamente porque desde que encarcelaron a mi
padre, injustamente, por asesinar a tres campesinos, madre jamás ha metido a
ningún hombre a casa, exceptuando a mi hermano Tomás y a mí. Me bajé del
caballo, negro como la noche pero con el hocico blanco como la nieve; un regalo
de mi padre. Miré a Tomás y le acaricié la cabeza, le encantaba que le
revolviese el pelo, y después entré en casa.
-
¿Madre? –
Ella
ladeó la mirada, sus ojos oscuros estaban empapados de lágrimas, y sostenía las
manos de ese hombre de la corte tan bien vestido con esas capas azuladas y el
emblema de nuestro reino.
-
Évalo… - nada más dijo antes de echarse a llorar –
El
hombre de la corte me miró y se levantó hacia mí a paso lento. Se quedó inmóvil
frente a mí y me puso la mano en el hombro.
- Lo
siento mucho – me dijo – Son órdenes de la corte –
-
¿Qué ha pasado? – pregunté sin entender lo que pasaba, solo veía a mi madre
llorar y el emblema de Burgos ante mis ojos, ¿Qué estaba pasando? –
-
Van a ejecutar a Padre dentro de pocas horas – saltó mi madre – Le han nombrado
culpable del asesinato de esos campesinos… -
-
¿¡Qué!? –
Retrocedí
y aparté la mano de aquel mensajero de la corte. Abrí la puerta y eché a correr
por Burgos, sin mirar atrás. Mi padre, un hombre que sacrificó toda su vida por
darnos un hogar, un buen escudero de la corte y amigo del llamado Mio Cid. En ese momento, las estrellas
del camino que me guiaron a casa comenzaron a caer sobre mi cabeza,
destrozándome poco a poco y arañando mi alma ferozmente, como cuando un lobo va
a cazar. Mi padre, el único hombre de la casa y el protector de mi Madre, iba a
morir en pocas horas, y yo, siendo su hijo, su primogénito, no podía hacer nada
más que aguardar a que le ahorquen, como hacen con los asesinos, y prepararle
un buen funeral de un gran escudero.
-
¡Évalo! –
Me
giré, con la mente en blanco y los ojos hundidos con todas las lágrimas que
empezaba a caer. Calle abajo corría Tomás, con esos ojos tan claros y teñidos
de sufrimiento; estaba claro que sabía lo de Padre antes que yo. Antes de que
le dijese a Tomás que me dejara solo, sus débiles brazos me atraparon la
cintura y se echó a llorar mientras me agarraba.
-
Tomás… - dije, intentando ocultar la muerte en mi voz –
-
¿Qué… será… de… nosotros… sin… él? –
-
Os cuidaré – musité – Cuidaré a Madre y a ti, Tomás, que te convertiré en un
gran escudero como Padre, para que en un futuro, seas tú el que proteja esta
familia –
Siglo
actual. XXI
Hospital
de Madrid.
Una
pérdida no debe derrumbarte, pero no debes ser vulnerable.
– Anna.
Ha
muerto. Sabía que moriría tras entrar en la UCI, sabía de sobra que el viaje a
Madrid traería problemas, sabía el por qué el médico no nos quiso contar nada
por teléfono. Sabía que iba a morir. Ante mí, como me esperaba, mi madre firme
como siempre, pero con la sonrisa apagada y la mirada hundida observando vagamente
el pasillo por donde se llevaron a mi padre. Está dolida, pero por mí, se
guarda las lágrimas para no preocuparme; sabe que debe sacarme hacia adelante,
y sabe que ahora ella debe ocuparse de que no nos hundamos. A mi vera, una
señora mayor llora por la pérdida de su marido, pero al menos está acompañada
de sus familiares; no como nosotras, que solo nos tenemos la una a la otra.
-
Anna, vamos… nos espera un largo viaje hacia Burgos –
Asentí.
Vivimos en Burgos, y este año ha sido muy malo para mi familia. He repetido el
último curso de la E.S.O., y me espera conocer caras nuevas, y después, el
ingreso del hospital de mi padre en Junio, que hasta finales de Agosto, hasta
hoy, quince de agosto, falleció. Este año ha sido duro para todos y no sé cómo
afrontar esta situación. Quizás tomar la figura de mi madre, mantenerse fría
pero constante, caminar sin hundirte y levantar alta la cabeza para no dar
lástima y recordar el dolor.
- ¿Dónde
está el coche? – le pregunto –
-
En el centro, tendremos una pequeña caminata cariño, ¿vamos? –
-
Si… -
Decidido,
seré tan fría conmigo misma que mantendré en memoria a mi padre para siempre.
Madrid
lo dejamos atrás. Una bonita ciudad sí, pero ahí hemos sufrido por activa y por
pasiva. El coche fúnebre va delante de nosotros yendo para Burgos, al tanatorio
para prepararlo. Yo he decidido no ir, ya que prefiero recordar a mi padre con
una sonrisa que como está ahora; no podría ni podré. Lo siento por ser tan
egoísta. Cuando atravesamos el peaje, ya sé que nos queda casi quince o veinte
minutos para llegar a casa, aparte que se ve a lo lejos parte de Burgos
alzándose entre unas colinas mientras que el sol de la mañana se alza con
fuerza. Hoy era un día abrasador en España, y no quería imaginar cómo se
estaría en Burgos ahora mismo.
-
Ya estamos llegando – me dice mi madre, bajando la ventanilla - ¿Estás bien? –
-
Cansada – contesto – Quiero llegar a casa … -
Noto
como acelera mi madre por el camino empedrado adelantando al coche fúnebre que
llevábamos desde Madrid. Atajando por un camino oculto entre la maleza,
llegamos a Burgos, mi hogar. Todo sigue tal cual, a excepción de algunos
locales que abrían a finales de Agosto; entre ellos un bar llamado El Ojo, y la apertura de una antigua
Biblioteca. Me encanta los libros, es una cosa que mi padre me enseñó desde
pequeña; amar a la literatura como a tu propia vida. El primer libro que me
regaló fue La Celestina, una obra que
por mi opinión, es fabulosa. De repente,
el coche frena en seco y mis pensamientos salen disparados por la ventanilla cuando
veo que, delante de nuestra casa, hay una furgoneta blanca de mudanza. Vivimos
en un pequeño barrio de Burgos, en un adosado, un lugar bastante tranquilo y
agradable, ya que todos los vecinos nos conocemos entre todos, y seguramente,
que cuando recibieron la noticia de mi padre, se derrumbaron a la par que
nosotras.
-
¿Qué pasa aquí? – vociqueó mi madre desde la ventanilla - ¡Ese es mi garaje! –
De
la furgoneta baja un chico, casi de mi edad, pero esa barba de tres días le
hacía más mayor. Nos miró, pero más a mi madre que andaba histérica, y después,
detrás de él y bajando de la furgoneta, apareció una muchacha con una lámpara
en sus manos.
-
¿Perdón? – el chico soltó la caja y se nos acercó –
-
Ese es nuestro garaje, creo que os habéis confundido de casa – le dijo,
secamente y señalando la casa de enfrente donde tenía el cartel de VENDIDO –
-
¡Disculpa a mis hijos! – exclamo un hombre, de la misma edad que mi padre, pero
con lentes y barba como su hijo – Somos nuevos y bueno, nos hemos liado un
poco. Disculpa –
Mi
madre asintió. Si fuese otra situación, mi madre ya hubiera pegado varios
gritos, e incluso arrancado algunos pelos, pero estaba tan fría que apenas le
salía esa faceta.
-
Son mis hijos, Dessy y Matheo – nos dijo – Venimos de Canarias –
-
Oh bien, interesante – dijo sarcástica - ¿Podemos entrar en mi garaje?, quiero
aparcar, ¿sabes? –
-
¡Oh perdón! – exclamo - ¡Matheo, arranca la furgoneta! –
-
¡Vale papá! –
Ladee
la vista frente a mí y vi a ese tal Matheo subirse en la furgoneta. Dio marcha
atrás y después avanzo, dejando el garaje libre. Mi madre suspiró, agarró
fuerte el volante y se adentró en el garaje. Hoy era un día muy duro para
nosotras, y lo que necesitábamos ahora mismo era paz y tranquilidad.